LAS EXPECTATIVAS DE LOS PADRES
Cuando una pareja descubre que próximamente serán padres comienzan a imaginar qué ocurrirá en sus vidas. Todo cambia, la manera en que se organizan, las horas dedicadas al ocio, las horas de sueño, los objetivos futuros de la pareja. Pero lo más importante es lo que la futura pareja espera de su hijo. Piensan ¿cómo será?, ¿a quién se parecerá?, ¿a qué se dedicará?. Se hacen infinidad de preguntas. Empiezan a crearse expectativas. Piensan en el colegio al que irá, posiblemente el mismo que su padre o su madre porque es el mejor colegio. La música que escuchará, el tipo de amigos que tendrá acorde con los conocimientos y educación que recibirá, la carrera que estudiará porque ¡evidentemente estudiará una carrera!, etc. Se crean expectativas idealizadas basadas en muchas ocasiones en nuestras propias frustraciones, miedos y en lo que nosotros consideramos lo correcto.
Cuando el niño comienza a dejar de ser bebé y empieza a ser más mayor, a los padres en muchísimas ocasiones les sorprende descubrir que lo imaginado no tiene nada que ver con la realidad. No consiguen controlar de la manera que esperaban al pequeño. En algunas puede ser un niño con un fuerte temperamento, inquieto, de ideas extravagantes o como los padres dirían: un niño de “muy mala idea”. Este pequeño ha destruido todas las expectativas de sus padres. “Debería de sentarse a hacer la tarea cuando se lo digo”, “no debería responderme”, “debería estar a gusto en el colegio en el que está”, “no debería ser amigo de esos niños”…En estos casos, muchos padres se sienten muy frustrados. Sienten que son malos padres porque sus hijos no cumplen con aquello que ellos tenían proyectado para ellos. El problema es que los niños no conocen de los proyectos de los padres.
Una cosa es lo que los padres necesitan, quieren y esperan, y otra lo que el niño necesita. Educar consiste en proporcionar a nuestro hijo lo que necesita para que en el futuro sea un adulto que se sienta bien consigo mismo y con lo que tiene y está viviendo. Hay que escuchar, observar y comprender al niño para proporcionarle las herramientas que le permitan vivir en coherencia consigo mismo, vivir su propia vida, no la de sus padres.
Cuando el niño comienza a dejar de ser bebé y empieza a ser más mayor, a los padres en muchísimas ocasiones les sorprende descubrir que lo imaginado no tiene nada que ver con la realidad. No consiguen controlar de la manera que esperaban al pequeño. En algunas puede ser un niño con un fuerte temperamento, inquieto, de ideas extravagantes o como los padres dirían: un niño de “muy mala idea”. Este pequeño ha destruido todas las expectativas de sus padres. “Debería de sentarse a hacer la tarea cuando se lo digo”, “no debería responderme”, “debería estar a gusto en el colegio en el que está”, “no debería ser amigo de esos niños”…En estos casos, muchos padres se sienten muy frustrados. Sienten que son malos padres porque sus hijos no cumplen con aquello que ellos tenían proyectado para ellos. El problema es que los niños no conocen de los proyectos de los padres.
Una cosa es lo que los padres necesitan, quieren y esperan, y otra lo que el niño necesita. Educar consiste en proporcionar a nuestro hijo lo que necesita para que en el futuro sea un adulto que se sienta bien consigo mismo y con lo que tiene y está viviendo. Hay que escuchar, observar y comprender al niño para proporcionarle las herramientas que le permitan vivir en coherencia consigo mismo, vivir su propia vida, no la de sus padres.
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